La
civilización depresiva
SERGIO TAPIA
Antes que los países industrializados experimentaran el
sistemático fracaso de la “modernidad”, en los extremos que en estos días se exhiben
de caos financiero y altos índices de desempleo. Ya se venía observando la
inviabilidad de la cultura del consumismo inmoderado, porque causa grandes
problemas en el alma y en el espíritu de las personas. Porque la persona es un
ser con vocación a portar valores eternos, que no puede sentirse reducida a satisfacerse
con la sola adquisición de bienes materiales y de consumo.
Los ritmos de la civilización modernista lleva la vida en
prisa, transforma la laboriosidad sin límites, suscita la competencia deshumanizante
y exacerba la movilidad social. Todo ello con los criterios de una novísima
concepción ética, que sustituye la tabla de valores por criterios de utilidad. Pero,
a la vista está que de todo esto no resulta la felicidad.
Deambulan, en las urbes, sujetos inmersos en depresiones,
sintomáticamente melancólicos, reducidos a la soledad en una sociedad de masas.
La beata Teresa de Calcuta refirió que ellos son “los pobres” del primer mundo,
a quienes no les falta lo material, pero que zozobran por carencias de amor, de
comprensión, de acompañamiento, de relaciones familiares y de amistades.
Anda
mal nuestras estructuras culturales, porque conducen a la depresión, suscitan sociabilidad
negadora de interrelaciones personales, y obstruyen las compensaciones del
déficit individual.
Hay autores que estudian estos efectos de la modernidad,
tipificándolos como sociedad depresiva ó civilización de la acedia.
Publicado
en el diario “La Razón”, Lima, jueves 19 de julio de 2012, pág. 6
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