Impacto de la visita del Papa
SERGIO TAPIA T.
El
Papa estuvo entre nosotros el mes pasado, hace quince días. Su impacto ha sido
gravitantemente expresado mediante la multitudinaria y sostenida afabilidad en
la recepción por las mayorías, por la importancia histórico-social del
catolicismo en el Perú, por los mensajes que el Papa nos ha dejado durante los cuatro
días que acampó entre nosotros.
La
visita del Obispo de Roma al Perú, fue ocasión de una eclosión social de
multitud. No sólo por el lleno de los lugares elegidos para las concentraciones
en Lima, Puerto Maldonado y Trujillo. Si no, porque las calles por las que el
Papa transitaría, estaban colmadas de gentes que se sentían satisfechas tras
largas horas de espera y de resistencia ante los factores físicos perturbadores,
tan sólo para verle pasar por unos muy pocos segundos en su veloz “papamóvil”,
cuando no en otro vehículo sin adecuaciones singulares. No sólo hubo 750 mil
fieles en la Santa Misa de Huanchaco, o mucho más de un millón en la de Las Palmas
(Surco). Hay que sumar a los de las calles y plazas, por las que el Papa
transitaba haciendo sus recorridos para ir a uno que otro de los compromisos.
Sin omitir la multitud que durante cuatro días y tres noches veló las
inmediaciones de su alojamiento en la Nunciatura.
El
fiel católico de hoy ha testimoniado que constituye un inmenso consenso mayoritario
activo. Dato que sociológicamente es de destacar para el cultivo religioso, el
respeto prudencial en la adopción de las decisiones políticas y para las
configuraciones de nuestras estructuras jurídico-sociales. En el nombre de una
Nación Cristiana con suma preponderancia católica, ser coherente con la
libertad de conciencia y de religión, exige no menospreciar la capital
proporcionalidad del catolicismo peruano. Pues, si verdaderamente “de lo que el
pueblo quiere” se nutren las decisiones políticas, el dato sociológico de la
mayoría católica es determinante, y no se puede menoscabar a riesgo de
trastocar y mancillar la legitimidad de toda política pública y regulación
jurídica, que ignore de donde viene y por donde aspira dirigirse la inmensa
mayoría de peruanos.
Nuestro
orden político-social pasa por circunstancias adversas e insólitamente es atentatorio
del bien común. El modo peruano de hoy, en la actuación política, no califica
bien. Estamos en una inexorable pendiente hacia la oclocracia, porque a los que
gustan acceder a cargos políticos –electorales o por nombramiento
administrativo–, carecen de idoneidad, no ejercen con eficacia, no hacen de su función
un servicio a la Nación. Además, que incurren hasta los límites de haber exacerbado:
el delictivo típico de los funcionarios públicos, el anti-testimonio ético -público
y privado-, y el facilismo prevaricador.
El
Papa ha dejado todo un portentoso material de doctrina-social-aplicada para el momento que atravesamos. Nos caracterizamos
por la paradoja de ser una Patria con buen legado histórico (“tierra ensantada” dijo S.S. el Papa Francisco, en un giro muy propio del modo de
expresarse argentino), pero que carece de elites socio-político-culturales por
la ignorancia supina de quienes ocupan roles sociales de dirección. Esto repercute
en grave daño en perjuicio de un pueblo digno, que espera paciente el
surgimiento del liderazgo del que hoy carece. Culpa de esta inoperancia político-social
es de los que debiendo ser los mejores, compiten por ser de la peor especie.
La
visita del Papa es un legado sin término. Podemos decir con convicción, que
recién empezará a dar sus frutos, en la medida que sigamos la lección de la
parábola del sembrador: “Salió un
sembrador a sembrar y la semilla cayó en tierra…. buena”.
Publicado en el diario La Razón, Lima, viernes 2 de febrero de 2018, p. 6
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