Viernes Santo
SERGIO TAPIA T.
Nuestra actual
Constitución empieza “invocando a Dios
todopoderoso”. Con estos términos la Carta Fundamental 1993 se une a la tradición
de nuestros textos constitucionales, que reconocen la religiosidad tan
particular del pueblo peruano, que nunca ha cesado de expresarse a pesar de la
activa participación legislativa de tantos políticos decimonónicos y
sigloveinteros, caracterizados por sus públicos compromisos criollo-jacobinos y
anticlericales.
El término elegido por
nuestros constituyentes del 93 tiene acertado significado: “invocar”. Que es pedir inspiración, es
solicitar ayuda, es acogerse a una tradición.
El Preámbulo
constitucional de esa obra humana, incompleta y perfectible como lo es el texto
constitucional, tiene como contexto la convocatoria del Congreso Constituyente
Democrático, por el gobierno de Alberto Fujimori, luego de haber disuelto el
congreso nacional. Fujimori se encontraba explorando caminos para su legitimación
de origen. Es en esas circunstancias que los legisladores consignan la
necesidad de inspirarse en “Dios
todopoderoso”.
Más adelante, en el
artículo 50, la Constitución establece que “el Estado” reconoce a la Iglesia
Católica. El Estado admite y acepta que la Iglesia Católica ostenta, muestra y
es titular de la condición de “elemento
importante” en la formación histórica, cultural y ética del Perú. Que el
catolicismo es parte constitutiva de esa realidad histórico-ético-cultural que
se llama Perú.
Constitucionalmente se
constata la realidad. Para comprenderlo, nos remitimos a una expresión acertada
del sacerdote dominico Fray Dr. Aníbal Fosbery O.P., quien afirma que la
religión católica no sólo es culto,
sino que también es cultura.
Por eso, cuando Francisco
Pizarro señalando al sur de la Isla del Gallo, dijo por allá se va al Perú,
poniéndonos nuestro nombre, y luego llegó a nuestras tierras. Forjó una
identidad nacional singular e individualizada: el Perú social, el Perú
cultural, el Perú histórico, el Perú moral. Con el concurso de la fe católica.
El elemento de la
catolicidad no es un sombrero quitapón, sino que forma parte integrante de
nuestra identidad social y nacional. La Iglesia ha sabido estar presente en los
grandes acontecimientos, apoyó decididamente el proceso de la Independencia
Republicana; estuvo presente en la hora crucial de nuestros héroes (Miguel Grau
se confesó ante sacerdote católico, antes de emprender su última campaña que lo
elevaría a la gloria de la Historia). Y, ha suscitado el olor de santidad de
nuestros modelos virtuosos como Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres,
entre otros muchos, que no sólo se santificaron en los siglos XVI y XVII, sino que
se pueden contar hasta sacerdotes proclamados mártires víctimas del demencial
terrorismo comunista de los 80s.
Hoy, la sociedad peruana
con seriedad y profundo recogimiento, hace uso del feriado nacional, para tener
presente en su conciencia la inspiración cristiana como elemento constitutivo
del Ser Nacional: El Dios hecho hombre que con su encarnación, su sacrificio de
holocausto y la grandeza de su triunfo manifestado en su gloriosa Resurrección.
Sana y salva a la sociedad peruana, como a las personas que la constituyen.
Publicado en el diario “La Razón”, Lima, viernes 30 de marzo de 2018, p.
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