Discernir los cambios culturales
SERGIO TAPIA T.
Vivimos
en un tiempo de innovaciones que afecta la vida social. El ser humano tiene una
naturaleza compleja, con dos dimensiones que con prudencia deben evitar no
atropellarse en sus propias competencias naturales: La persona es un ser
individual, y a la vez, es un ser social. La vida en plenitud consiste en vivir
en el equilibrio de ambas dimensiones.
La persona tiene valor
propio, por ser único e irrepetible, no puede ser sustituida. Pero, requiere
convivir con otros, porque es el modo de enriquecerse y de alcanzar su
realización personal.
En los últimos 100 años
se ha modificado el patrón cultural de nuestra sociedad, porque se han promovido
cambios políticos, sociales, culturales y económicos.
Cambios políticos: Desde
hace 100 años casi no hay monarquías como formas de gobierno, el sistema
democrático se ha impuesto como “la forma” de gobierno requerida en las
relaciones internacionales. Sin embargo, la centuria pasada fue escenario de
los más perversos sistemas totalitarios, como el comunismo y el fascismo.
Cambios socio-culturales:
La cultura es lo que el hombre edifica transformando la naturaleza o construye idealmente
de espaldas a lo real. La cultura son conocimientos y son valores
jerárquicamente ordenados. La ciencia es un campo propio de la cultura, pero la
ideología es la anti-ciencia. Hoy vivimos en una saturación ideológica.
Cambios en la economía: La
economía es de tres factores naturaleza/trabajo/capital, los que exigen
interrelacionarse con la debida observancia de la Justicia, para poder preservar
cada factor y poder promover sus interrelaciones con justa reciprocidad en el
intercambio económico. Es decir, no puede destruirse el orden de la ecología porque
se debe trabajar o se requiere realizar empresa. Tampoco puede maltratarse al
factor trabajo, porque el factor capital impone reglas impropias. Ni puede impedirse
el despliegue económico, porque el Estado se interpone como intérprete del factor
laboral o se adueña de los recursos naturales.
Estamos inmersos en una
centuria abordada por multitud de cambios, cuya aceleración produce cierta
imprevisibilidad. Lo que puede dar lugar a alguna confusión para discernir lo
que es correcto cambiar y lo que es necesario mantener y preservar.
Uno de los cambios
culturales impropios, por aberrante, es ocultar la naturaleza de la persona
determinada por su sexualidad. Hay una quiebra de la ecología humana, cuando se
promueve la falsa idea de que el ser humano tiene género y no sexo.
En la especie humana, el
género es uno sólo, es el ser humano. Su sexualidad es lo que lo distingue en
varón o mujer. No hay otra alternativa. Cultivar que el ser humano puede asumir
algunas conductas prestadas de un rasgo sexual y otros rasgos del sexo opuesto,
para configurar una novedosa especie, regulada por la imaginación irrefrenable.
Se atomizó la promoción de lo homosexual y lo lésbico, y hoy se cuentan más de
120 posibilidades de disfrazar bajo la nomenclatura “género”, una odiosa como pervertida
desnaturalización del ser humano.
Rasgo cultural de nuestro
tiempo es inclinarse a tolerar todo lo novedoso por la novedad misma, aunque
arrase valores y principios sustanciales. La estabilidad de la identidad ha
cedido en admitir lo amorfo y lo desconfigurado. Ello genera una subversión de
valores, que se expresa en que los delitos de ayer son los derechos humanos de
hoy. Por el relativismo circundante, la verdad no interesa, sino la opinión. Y,
la historia ya no es relación sistematizada de hechos, sino la versión
idealizada de una propuesta subjetiva.
El vocablo “género” no es
propio de la persona humana, lo dice la Real Academia Española. Si es
perversión del lenguaje ¿por qué los textos educativos deben enseñar contra las
reglas del idioma, con el “enfoque de género”?
Publicado en el diario “La Razón”, Lima, viernes 29 de junio de 2018, p.
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